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verano con salud

Verano con salud

Con la llegada de las altas temperaturas, propias del verano, cualquier persona debe ser consciente de la importancia de extremar los cuidados de su salud para prevenir posibles complicaciones. Lo cierto es que la exposición a temperaturas ambientales elevadas puede provocar una respuesta insuficiente del sistema termorregulador humano. El calor excesivo puede alterar nuestras funciones vitales si el cuerpo no es capaz de compensar las variaciones de la temperatura corporal.

Las temperaturas elevadas producen pérdida de agua y electrolitos que son necesarios para el normal funcionamiento de los distintos órganos. En algunas personas con determinadas enfermedades crónicas, sometidas a ciertos tratamientos médicos y con discapacidades que limitan su autonomía, estos mecanismos de termorregulación pueden verse descompensados.

La exposición a temperaturas excesivas puede provocar problemas de salud como calambres, deshidratación, insolación o golpe de calor, con problemas multiorgánicos que pueden incluir síntomas tales como inestabilidad en la marcha, convulsiones e incluso coma.

El impacto de la exposición al calor excesivo está influido por el envejecimiento fisiológico y las enfermedades subyacentes. Normalmente un individuo sano tolera una variación de su temperatura interna de aproximadamente 3ºC sin que sus condiciones físicas y mentales se alteren de forma importante. A partir de 37ºC se produce una reacción fisiológica de defensa. Las personas mayores y los niños muy pequeños son más sensibles a estos cambios de temperatura.

Además, desde un punto de vista social, la marginación, el aislamiento, la dependencia, la discapacidad y las condiciones de habitabilidad de las personas con menos recursos añaden factores de riesgo que hacen aún más vulnerables a estos colectivos.

El Ministerio de Sanidad cuenta desde 2004 en España con un Plan Nacional de Actuaciones Preventivas de los efectos de los excesos de temperaturas sobre la salud, que se activa cada año entre los meses de junio y septiembre.

Olas de calor

Los principales factores de riesgo asociados con la exposición a olas de calor se dividen en personales; ambientales, laborales o sociales; y locales. Los primeros señalan a las personas mayores de 65 años, lactantes y menores de 4 años; aquellos que padecen enfermedades crónicas como diabetes u obesidad mórbida; los que siguen ciertos tratamientos médicos (diuréticos, neurolépticos, anticolinérgicos y tranquilizantes); o quienes padecen trastornos de la memoria, dificultades de comprensión o de orientación o poca autonomía en la vida cotidiana.

Los factores ambientales, laborales o sociales se refieren a personas que viven solas, en la calle o en condiciones sociales y económicas desfavorables; la ausencia de climatización y viviendas difíciles de refrigerar; así como la exposición excesiva al calor por razones laborales. Un ejemplo son aquellos trabajos manuales que se desarrollan en el exterior o que exigen un elevado contacto con ambientes calurosos, entre otros.

Si bien los mecanismos anteriores actúan de forma general, los factores locales juegan un papel decisivo, ya que condicionan la temperatura de confort, las temperaturas umbrales a considerar y la asociación temperatura-mortalidad, es decir, la magnitud del impacto.

Los principales factores locales son: la demografía, que determina la composición de la pirámide de población y, por tanto, la importancia de los grupos susceptibles; y la climatología, en la medida que los individuos se adaptan al clima local. Ello explica que el efecto de los extremos térmicos no dependa de valores absolutos, sino de que nos encontremos, o no, dentro del intervalo de normalidad de las temperaturas en un cierto lugar.

Como recomendaciones generales durante las olas de calor y el verano en general, se recomienda no realizar esfuerzos físicos durante las horas más calurosas del día, darse baños refrescantes ante las altas temperaturas y usar protección solar siempre que sea necesario.


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